sábado, 5 de mayo de 2012

Hacía mucho tiempo que no me encerraba en mi misma. Que no soltaba lo que pensaba y sentía. Sin más. Hacía tiempo que había dejado la puerta abierta, pero lamentablemente se ha vuelto a cerrar. Es esa extraña sensación de que todo va mal, pero aún así, decides seguir adelante. No hay nadie que pueda comprenderte. Ni siquiera los que dice "lo intentaré". No lo harán, y lo sabes. Llega un momento en el que te planteas tirarlo todo por la borda, y hasta cuando tienes la opción de hacerlo, te lo piensas por no dejar todo atrás. Sé lo que cuesta salir de esta sensación. Me expongo a ello.
No puedes creer que la gente estará ahí contigo, siempre. No todo el mundo te apoyará, ni siquiera estarán cuando les llames. Nadie cogerá el teléfono a las 4 de la mañana cuando tus lágrimas no te dejen dormir, y cuando sientas un vacío en tu interior. Nadie te levantará los días malos, ni te sonreirá en los momentos en los que tengas un poco de ánimo. Jamás comprenderán lo que llevas dentro, porque ellos no lo llevan. Y ni se imaginan la cantidad de veces que has llorado y gritado en silencio. No somos nadie. Simples personas que vagamos por el mundo sin necesidad de dar explicaciones, de pedir nada a cambio, de callarnos lo que tenemos aquí dentro. Pides ayuda, pero nadie te la da. Y sabes porqué es así. No hay mucho más que decir. Probablemente no haya nada que decir. Claramente no quieres decir más.
Acabas pensando que algo bueno llegará. Pero, realmente llevas demasiado tiempo pensando en ello, y ya hasta empiezas a desistir. Volverás a abrirte a las personas, volverás a dejar que te ayuden, a que te mimen, a que te intenten entender. Pero sabes que una parte habrá muerto después de volverte a encerrar.

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