sábado, 15 de octubre de 2011

Dime. . . ¿Quién eres?

Los coches iban lentos a consecuencia de la lluvia, y todos iban formando líneas más o menos paralelas. Nadie incordiaba al otro conductor con bocinas o gritos desesperados, todos sabían lo que una lluvia así de espesa traía en Florida. Vientos, lluvia y algún que otro tornado era un cóctel que se tomaba a sorbos largos y casi sin respirar y sin pronunciar palabra alguna de queja, ya sabían cómo era el clima allí.


-          ¿Dónde me llevas? Nos estamos alejando un poco del centro de la ciudad. Hay muchos restaurantes buenos en la ciudad ¿Lo sabes no? – Melinda vio los letreros de la carretera, y no le sonaba esa avenida, por lo tanto no tenía ni idea de dónde estaban, cosa que no le gustó.- Oye, eres un desconocido para mí, será mejor que me digas a dónde vamos  o me bajo ahora mismo el coche.
-          No te bajarías en un coche en marcha.
-          Hablo enserio. Dime John, ¿Dónde vamos?
-          A mi casa. – La voz de John parecía un poco familiar, amable y real. Le inspiraba una rara confianza y una sensación extraña; como si lo conociera de toda la vida.
-          Espera… ¿Cómo que a tu casa? ¿Hablas enserio? ¡Llévame a mi casa ya!- Melinda cogió su bolso y lo miró. La música se paró en seco, el disco junto a las canciones había llegado a su fin. Los truenos de fondo le dieron a la escena un toque de miedo y pánico mezclado con ganas de salir corriendo.


Melinda se sintió confundida, aunque a decir verdad no se imaginaba a John como el malo de una película de miedo de esos que secuestran a jóvenes y luego las dejan a mitad de la carretera. Lo miraba y sentía aún esas ganas de rozar su cuello con sus labios y tal vez, llegar hasta su boca y absorber el aroma que éstos soltaran. Pero al pensar que la llevaba a un sitio que no se debe llevar a una chica desconocida, su casa, era algo que la hacía poner histérica.


-          ¡Joder John, existen restaurantes! – Melinda le gritó dándole pequeños golpes secos en el brazo derecho. – Llévame a uno, si es que quieres mejorar mi cumpleaños.
-          No Melinda, mi casa.


Melinda se rindió. Se cruzó de brazos y suspiró tres veces antes de soltar de nuevo un aire caliente, tratando de alejar ese mal humor que le recorría por sus venas.



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